domingo, 30 de septiembre de 2012

Diagnóstico: hiperactividad


31.10.2010 - www.elcorreo.com

A un niño con diabetes no le castigan por desmayarse en clase a causa de un bajón de azúcar; en cambio a un niño con hiperactividad sí le castigan por mostrar su sintomatología, es decir, por ser revoltoso». Esta comparación ilustra el relieve actual de un trastorno psicológico científicamente probado y que siempre ha existido pero no se ha empezado a diagnosticar hasta hace pocos años: el déficit de atención, con o sin hiperactividad (TDA-H). Unos 1.100 niños riojanos padecen hoy este problema «y la mayoría no lo saben, están sin diagnosticar», según datos de la Asociación Arpanih de La Rioja (Padres de Niños Hiperactivos). Son entre el 5 y el 7% de la población escolar de la región, un promedio de «uno o dos por aula».
El desconocimiento de la enfermedad es el principal problema, especialmente en la comunidad educativa y la sanitaria. Arpanih, que presta principalmente soporte y asesoramiento a las familias, sostiene que «aunque se ha avanzado mucho en la última década, aún queda por hacer: siguen faltando profesionales sanitarios especializados (en La Rioja sólo hay una neuropediatra y una psicóloga infantil), y muchos docentes aún no saben cómo afrontar el tener un niño con TDA-H en clase», explica la presidenta, María Jesús Galilea.
«Eran los payasos de clase»
Con todo, se avanza. «Hace no mucho, en clase no existía la figura del niño con TDA-H, sino la del payaso de la clase, el gamberro, el molesto; hoy va existiendo esa distinción», añade Josefina Rodríguez, vocal de ARPANIH
Cabe precisar la vinculación TDA-H. El trastorno en sí es el primero, y a su vez puede manifestarse a través o no de la hiperactividad. Otros síntomas comunes son la impulsividad (problemas para controlar las conductas, emociones y pensamientos) y la inatención (dificultades para concentrarse). Sobre el terreno se traducen en niños «muy olvidadizos, que no controlan el tiempo y que sufren para estar atentos durante una hora de clase consistente en un discurso del profesor, o para escribir un examen», añade Galilea.
Las dificultades de diagnóstico complican además el tratamiento del trastorno y, por supuesto, el rigor de las estadísticas; pero la realidad alude a lo grave que es no abordarlo durante la edad infantil: se empieza a manifestar hacia los cinco años, es más propenso en varones y está comprobado que al menos el 50% de los afectados lo traslada a la edad adulta de forma evidente, y la inmensa mayoría «con los síntomas atenuados».
Hay un dato grave: un estudio de la Universidad de Barcelona indica que el 25% de los afectados en algún momento de su vida incurre en actos delictivos y/o abusa del alcohol y drogas. Es consecuencia en gran parte de una fuerte conexión con su vida en la infancia: «Hemos visto dramas derivados de haber sido tratados en el colegio como el típico niño gamberro; de por sí son niños abocados al fracaso escolar y si además no se les ayuda, sufren mucho, son castigados por su sintomatología... Llegan a la adolescencia con la autoestima por los suelos, con todo lo que conlleva».
La cuestión no acaba en el ámbito educativo. A nivel social, Arpanih entiende que «aunque hemos mejorado, aún hay mucho prejuicio y estigmatización, a ellos y a sus padres: no es raro oír que su trastorno es una excusa que el padre inventa para justificar que no ha sabido educarlo». Hace unas fechas, la Asociación celebró en Logroño la tercera Semana Europea de Sensibilización sobre el TDA-H: son avances «aún insuficientes» hacia la normalización social del trastorno.