31.10.2010 - www.elcorreo.com
A un niño con diabetes no le castigan por desmayarse en
clase a causa de un bajón de azúcar; en cambio a un niño con
hiperactividad sí le castigan por mostrar su sintomatología, es decir,
por ser revoltoso». Esta comparación ilustra el relieve actual de un
trastorno psicológico científicamente probado y que siempre ha existido
pero no se ha empezado a diagnosticar hasta hace pocos años: el déficit
de atención, con o sin hiperactividad (TDA-H). Unos 1.100 niños riojanos
padecen hoy este problema «y la mayoría no lo saben, están sin
diagnosticar», según datos de la Asociación Arpanih de La Rioja (Padres
de Niños Hiperactivos). Son entre el 5 y el 7% de la población escolar
de la región, un promedio de «uno o dos por aula».
El desconocimiento de la enfermedad es el principal
problema, especialmente en la comunidad educativa y la sanitaria.
Arpanih, que presta principalmente soporte y asesoramiento a las
familias, sostiene que «aunque se ha avanzado mucho en la última década,
aún queda por hacer: siguen faltando profesionales sanitarios
especializados (en La Rioja sólo hay una neuropediatra y una psicóloga
infantil), y muchos docentes aún no saben cómo afrontar el tener un niño
con TDA-H en clase», explica la presidenta, María Jesús Galilea.
Con todo, se avanza. «Hace no mucho, en clase no existía
la figura del niño con TDA-H, sino la del payaso de la clase, el
gamberro, el molesto; hoy va existiendo esa distinción», añade Josefina
Rodríguez, vocal de ARPANIH
Cabe precisar la vinculación TDA-H. El
trastorno en sí es el primero, y a su vez puede manifestarse a través o
no de la hiperactividad. Otros síntomas comunes son la impulsividad
(problemas para controlar las conductas, emociones y pensamientos) y la
inatención (dificultades para concentrarse). Sobre el terreno se
traducen en niños «muy olvidadizos, que no controlan el tiempo y que
sufren para estar atentos durante una hora de clase consistente en un
discurso del profesor, o para escribir un examen», añade Galilea.
Las dificultades de diagnóstico complican además el
tratamiento del trastorno y, por supuesto, el rigor de las estadísticas;
pero la realidad alude a lo grave que es no abordarlo durante la edad
infantil: se empieza a manifestar hacia los cinco años, es más propenso
en varones y está comprobado que al menos el 50% de los afectados lo
traslada a la edad adulta de forma evidente, y la inmensa mayoría «con
los síntomas atenuados».
Hay un dato grave: un estudio de la Universidad de
Barcelona indica que el 25% de los afectados en algún momento de su vida
incurre en actos delictivos y/o abusa del alcohol y drogas. Es
consecuencia en gran parte de una fuerte conexión con su vida en la
infancia: «Hemos visto dramas derivados de haber sido tratados en el
colegio como el típico niño gamberro; de por sí son niños abocados al
fracaso escolar y si además no se les ayuda, sufren mucho, son
castigados por su sintomatología... Llegan a la adolescencia con la
autoestima por los suelos, con todo lo que conlleva».
La cuestión no acaba en el ámbito educativo. A nivel
social, Arpanih entiende que «aunque hemos mejorado, aún hay mucho
prejuicio y estigmatización, a ellos y a sus padres: no es raro oír que
su trastorno es una excusa que el padre inventa para justificar que no
ha sabido educarlo». Hace unas fechas, la Asociación celebró en Logroño
la tercera Semana Europea de Sensibilización sobre el TDA-H: son avances
«aún insuficientes» hacia la normalización social del trastorno.