Si lee bien, no lo tiene. Si reacciona ante los castigos, tampoco. Si es muy inteligente es que se aburre en clase.
Frases como estas consiguen que niños afectados por el Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad no sean diagnosticados a tiempo. Los expertos arrojan luz sobre un síndrome que afecta a un niño por aula.
Niños más difíciles de educar por su comportamiento
inmaduro y más impulsivo, en los que los castigos no parecen funcionar,
que necesitan de una supervisión mucho más frecuente y que suelen ir mal
en el colegio por la dificultad que tienen para regular la atención,
organizarse, manejar el tiempo o planificar tareas. Estas son algunas de
las características que se observan en los afectados por un Trastorno
por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). Unas siglas que, en
los últimos tiempos, parecen haberse puesto de moda y de las que la
sociedad apenas conoce su alcance.
Para comenzar a despejar los falsos mitos que rodean al
TDAH hay que explicar que este es un trastorno crónico del
neurodesarrollo que afecta a entre un 3 y un 6% de los niños en edad
escolar (aproximadamente un niño por aula) y que se caracteriza por
presentar síntomas de desatención, de hiperactividad/impulsividad o
ambos grupos de síntomas con una intensidad demasiado exagerada para su
nivel de desarrollo, su edad cronológica y la educación que ha recibido.
Cómo reconocerlo.
.«Para que pueda diagnosticarse no basta con que el niño
tenga estos síntomas, sino que deben ser crónicos. Es decir, no pueden
ser originados únicamente por algún factor de estrés puntual en la vida
del niño, sino que deben producirle problemas de adaptación importantes y
no deben poderse explicar mejor porque el niño padezca un retraso
intelectual, un trastorno generalizado del desarrollo o un trastorno
emocional», explica Isabel Orjales Villar, doctora en Pedagogía,
profesora de la Facultad de Psicología de la UNED y una de las mayores
expertas en este trastorno, asociado a un peor funcionamiento del córtex
prefrontal del cerebro.
Una vez observados estos síntomas descritos, es hora de
que los padres y tutores reciban una orientación psicoeducativa. Ahí
aprenderán a organizarse en casa, a saber cómo exigir al niño y qué
esperar de él, a controlar mejor su comportamiento y a afrontar
situaciones difíciles.
Si con todo, y aunque haya una mejora, los síntomas
perduran se puede estar ante un niño con riesgo de padecer TDAH: «Quizá a
los 2, 3 ó 4 años no cumpla todavía todos los criterios necesarios para
el diagnostico (porque no ha pasado tiempo suficiente para constatar la
cronicidad del problema, porque haya que descartar que pueda deberse a
otros motivos o porque quizá no manifieste todavía desadaptación
significativa) pero muestra un perfil de TDAH que habremos moderado en
intensidad con un tratamiento de este tipo», afirma la doctora Orjales.
Difícil diagnóstico.
Aunque parezca sencillo, diagnosticar un TDAH es
complejo, ya que a la observancia de los síntomas mencionados los
expertos deben sumarle un conocimiento muy profundo del niño, su
historia, su comportamiento actual y sus antecedentes familiares. Esto
último puede ayudar mucho si en la familia ya se hubieran detectado más
casos de TDAH, ya que en el 76% de los casos el origen tiene una fuerte
base genética.
Con todo, es importante acudir cuanto antes a un
especialista ya que en el tratamiento está la base de poder llevar una
vida mejor, ya que los afectados por este trastorno sufren otros
síntomas denominados emocionales. Así, la baja tolerancia a la
frustración y al esfuerzo suele ser algo que aparece de forma secundaria
en ellos.
«Por lo general empiezan siendo niños trabajadores,
entusiastas y voluntariosos, pero la realidad es que se juntan dos
factores para que aparezcan estos síntomas. Por un lado, estos niños
viven más experiencias frustrantes que los demás (sus trabajos son de
peor calidad, cometen errores que no esperan y se les regaña por muchas
pequeñas cosas a lo largo del día). Por otra, la inmadurez que
caracteriza al TDAH afecta también a su capacidad para reflexionar sobre
su comportamiento y sobre lo que han realizado, por eso suelen ser
demasiado optimistas y soñadores, lo que hace que se decepcionen en
mayor medida cuando las cosas no suceden como esperan», matiza Orjales.
Ayudar al niño a conocerse a sí mismo, incluyendo el TDAH
como parte de sí pero no como una definición de sí mismo, aprender a
organizar el entorno y utilizar estrategias para compensar los déficits y
reconocer y desarrollar las potencialidades son parte de los programas
de intervención a los que ahora hay acceso. Ahora, porque la mayoría de
los TDAH posteriores a la década de los 80 no fueron detectados,
diagnosticados ni tratados específicamente, con lo que muchos
dependieron de la suerte de tener una familia y profesionales que les
supieran entender y se ajustasen a sus características aún a pesar de no
saber nada del trastorno.
Como señala la experta, los niños con TDAH tienen más
posibilidades de desarrollar todos los problemas propios de la falta de
madurez, de autocontrol, etc. De este modo, pueden ser habituales los
problemas de comportamiento externalizados (conducta desafiante,
delictiva, agresiva) o internalizados (por ejemplo, depresión o
ansiedad), la incapacidad de desarrollar todo su potencial, el abandono
de los estudios, un incremento del riesgo de sufrir accidentes de
tráfico, de meterse en problemas con la justicia, de iniciarse y
desarrollar adicciones, etcétera.
Tratamiento.
Tras un estudio multidisciplinar completo y a fondo se
estipula el tratamiento para cada caso concreto. Resulta útil una
exploración que permita valorar en qué medida se manifiestan los
síntomas en su comportamiento, rendimiento académico, en los resultados
de pruebas cognitivas de inteligencia, atención, planificación y memoria
y que, además, recoja información de su situación emocional actual.
También conviene hacer una exploración médica, neurológica y/o
psiquiátrica que permita un buen diagnostico diferencial descartando la
presencia de otras patologías y detectando trastornos comórbidos
(asociados a la enfermedad).
Más allá de los tratamientos, también son muy
gratificantes las actividades extraescolares, sobre todo en verano,
cuando el niño podría dejar de observar una rutina. «El tiempo sin
estructurar o los cambios de planes a diario son realmente
perjudiciales». explica el doctor César Soutullo, coordinador del
proyecto Pandah y director de la Unidad de Psiquiatría Infantil y
Adolescente de la Clínica Universidad de Navarra.
Actividades extraescolares.
Así, los campamentos deportivos con actividades
organizadas y preferiblemente no académicas pueden motivarle y hacerle
ver que aunque no haya ido bien el colegio, en deporte, actividades
artísticas, musicales puede ser de los mejores del grupo. «A la hora de
elegir un campamento todo niño con TDAH tiene una destreza diferente:
hay niños que juegan muy bien al fútbol, les encanta escalar, los
malabares, el riesgo o son verdaderos payasos. El verano es un buen
momento para que desarrolle esa habilidad que quizá durante el curso no
haya podido practicar. Existen campamentos específicos para niños con
TDAH que en momentos puntuales, por edad, gravedad o síntomas asociados
pueden ser muy útiles», añade Trinidad Bonet, psicóloga y miembro del
comité científico del Plan de Acción en TDAH (Pandah).
Apoyo y refuerzo estratégico a nivel individual, terapias
cognitivas-conductuales y abordaje psicopedagógico son algunas de las
líneas en las que se basan las actividades llevadas a cabo por
asociaciones de afectados, como AVATDAH, en Valladolid.
Beatriz Benito Martín, psicopedagoga de esta asociación,
explica cómo en periodos de vacaciones realizan talleres un poco más
especiales que sirven para fomentar el trabajo en grupo y mejorar su
ámbito de relaciones, por ejemplo, con convivencias que les ayudan a
sociabilizar.
Si hablamos en general, los niños con TDAH suelen ser más
inmaduros en su evolución social, encajan mejor con niños algo más
pequeños por gusto, porque son menos maduros para respetar las reglas o
porque su juego de imaginación a veces les llena en actividades en
solitario. En otras ocasiones, pueden desear llamar la atención de sus
compañeros de forma inadecuada y hay que conducir ese deseo de
protagonismo de otro modo antes de que se produzca rechazo. A veces
pueden surgir problemas debido a la impulsividad y la hipereactividad
cuando se junta con baja autoestima y poca tolerancia a la frustacion.
Una ayuda para los padres.
Cuando los padres reciben la noticia de que su hijo está
afectado por el TDAH deben entender que comienza una carrera de fondo en
la que tendrán que comprender bien el trastorno y aceptar que es
crónico –no se solucionará en un año, por lo que exigirá una
planificación de energía, y recursos a largo plazo–, además de conocer
en qué medida afecta a su hijo.
Por ello, se recomienda que busquen apoyo psicoeducativo
para el niño y más formación en su labor como padres, un ‘médico de
cabecera’ que les forme y dirija el tratamiento de su hijo, apoyo de
otros padres de niños con TDAH y formación en la optimización de los
recursos y en la organización familiar. Además, deben ser muy
conscientes de que tienen que controlar su estrés, su equilibrio y su
ajuste emocional. Con el paso del tiempo controlarán así hasta los
juegos indicados para sus hijos. Y es que también hay muchos mitos en
torno a esta cuestión.
En realidad, hay muchos niños con TDAH aficionados a la
lectura y ningún juego de mesa es una tortura para ellos si es
divertido, está ajustado a sus posibilidades y tiene una duración
razonable. Respecto a las actividades deportivas o de acción, hay que
saber que el niño con TDAH no es un niño nervioso que se relaja con una
actividad física intensa. «Es un niño que se activa con mucha facilidad y
que tiene muchos problemas para bajar el nivel de revoluciones una vez
que se ha activado. Si se le lleva a un parque acuático o a un partido
de futbol emocionante se sobreactivará y, lejos de relajarse, puede
estar más descontrolado, hiperactivo, impulsivo, irritable y agotado»,
matiza Orjales.
A menudo, y a la par que los padres reciben la noticia de
que su hijo tiene TDAH, surge la pregunta: ¿Alguno de nosotros lo
tendrá también?
En este caso, y si así fuera, sería aconsejable
plantearse en qué medida mejoraría su calidad de vida y de las personas
que les rodean si ellos reciben apoyo psicológico, tratamiento para
optimizar su funcionamiento personal, laboral o social y apoyo
farmacológico.
Estudios farmacogéneticos.
Conocer qué factores genéticos se van a asociar con mayor
intensidad a la respuesta de los medicamentos, el perfil de efectos
secundarios que puede tener cada persona con TDAH o la predisposición a
padecer otros trastornos comórbidos (como las adicciones) son los
objetivos del estudio farmacogenético coordinado por el doctor Josep
Antoni Ramos Quiroga, coordinador del Programa Integral del Déficit de
Atención al Adulto (PIDAA) del Servicio de Psiquiatría del Hospital
Universitari Vall d’Hebron.
«Sería muy bueno que tras analizar los datos, que
esperamos presentar a mediados de octubre, supiéramos de antemano qué
medicamento le va a ir al paciente –si le funcionará mejor un
estimulante como el metilfenidato o un no estimulante como la
atomoxetina– y saber cómo lo metaboliza. Por ejemplo, a las mismas
dosis, una persona que metabolice muy lentamente el medicamento puede
sufrir más efectos secundarios», explica Ramos Quiroga.
Con estas respuestas, se obtendrían no solamente
tratamientos mucho más personalizados y exactos, también tratamientos
psicológicos e incluso sociales mucho más adaptados a las necesidades de
la persona afectada. Algo muy importante, sobre todo, si tenemos en
cuenta que el apoyo farmacológico estudiado muy a medida de cada caso y
aplicado con mucho sentido común puede reducir el impacto de la
sintomatología, mejorar la adaptación y ayudar a que asimile mejor el
entrenamiento en estrategias.
Información obtenida en: elideal.es
2013/01/17 - Pilar Manzanares